30/4/11

José de Espronceda. Canto "A Teresa"

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CANTO II
A TERESA
   DESCANSA EN PAZ
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Bueno es el mundo, �bueno!, �bueno!, �bueno!
Como de Dios al fin obra maestra,
Por todas partes de delicias lleno,
De que Dios ama al hombre hermosa muestra;
Salga la voz alegre de mi seno
A celebrar esta vivienda nuestra:
�Paz a los hombres!, �gloria en las alturas!
�Cantad en vuestra jaula, criaturas!

                     (<Mar�a> por D. Miguel de los Santos Alvarez.)

�Por qu� volv�is a la memoria m�a,
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agon�a
de este desierto coraz�n herido?
�Ay!, que de aquellas horas de alegr�a
le qued� al coraz�n s�lo un gemido,
y el llanto que al dolor los ojos niegan
l�grimas son de hiel que el alma anegan.
�D�nde volaron, �ay!, aquellas horas
de juventud, de amor y de Ventura,
regaladas de m�sicas sonoras,
adornadas de luz y de hermosura?
Im�genes de oro bullidoras,
sus alas de carm�n y nieve pura,
al son de mi esperanza desplegando,
pasaban, �ay!, a m� alrededor cantando.
Gorjeaban los dulces ruise�ores,
el sol iluminaba mi alegr�a,
el aura susurraba entre las flores,
el bosque mansamente respond�a,
las fuentes murmuraban sus amores...
�Ilusiones que llora el alma m�a!
�Oh! �Cu�n suave reson� en mi o�do
el bullicio del mundo y su ruido!
Mi vida entonces, cual guerrera nave
que el puerto deja por la vez primera,
y al soplo de los c�firos suave
orgullosa despliega su bandera,
y al mar dejando que a sus pies alabe
su triunfo en roncos cantos, va, velera,
una ola tras otra, bramadora,
hollando y dividiendo vencedora.
�Ay!, en el mar del mundo, en ansia ardiente
de amor volaba; el sol de la ma�ana
llevaba yo sobre mi tersa frente,
y el alma pura de su dicha ufana;
dentro de ella, el amor, cual rica fuente
que entre frescuras y arboledas mana,
brotaba entonces abundante r�o
de ilusiones y dulce desvar�o.
Yo amaba todo: un noble sentimiento
exaltaba mi �nimo y sent�a
en mi pecho un secreto movimiento,
de grandes hechos generoso gula;
la libertad, con su inmortal aliento,
santa diosa, mi esp�ritu encend�a,
continuo imaginando en mi fe pura
sue�os de gloria al mundo y de ventura.
El pu�al de Cat�n, la adusta frente
del noble Bruto, la constancia fiera
y el arrojo de Sc�vola valiente,
la doctrina de S�crates severa,
la voz atronadora y elocuente
del orador de Atenas, la bandera
contra el tirano Macedonio alzando,
y al espantado pueblo arrebatando;
el valor y la fe del caballero;
del trovador el arpa y los cantares:
del g�tico castillo el altanero
antiguo torre�n, do sus pesares
cant� tal vez con eco lastimero,
�ay!, arrancada de sus patrios lares,
joven cautiva al rayo de la luna,
lamentando su ausencia y su fortuna;
el dulce anhelo del amor que aguarda,
tal vez inquieto y con mortal recelo;
la forma bella que cruz� gallarda,
all� en la noche, entre medroso velo;
la ansiada cita que en llegar se tarda
al impaciente y amoroso anhelo,
la mujer y la voz de su dulzura,
que inspira al alma celestial ternura...
A un tiempo mismo en r�pida tormenta
mi alma alborotaban de continuo,
cual las olas que azota con violenta
c�lera impetuoso torbellino;
so�aba el h�roe ya, la plebe atenta
en mi voz escuchaba su destino;
ya el caballero, al trovador so�aba,
y de gloria y de amores suspiraba.
Hay una voz secreta, un dulce canto,
que el alma s�lo, recogida, entiende,
un sentimiento misterioso y santo,
que del barro al esp�ritu desprende;
agreste, vago y solitario encanto
que en inefable amor el alma enciende,
volando tras la imagen peregrina
el coraz�n de su ilusi�n divina.
Yo, desterrado en extranjera playa,
con los ojos ext�ticos Segu�a
la nave audaz que en argentada raya
volaba al puerto de la patria m�a;
yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
solo y perdido en la arboleda umbr�a,
o�r pensaba y armonioso acento
de una mujer al suspirar del viento.
�Una mujer! En el templado rayo
de la m�gica luna se cobra,
del sol poniente al l�nguido desmayo,
lejos entre las nubes se evapora;
sobre las cumbres que florece mayo,
brilla fugaz al despuntar la aurora,
cruza tal vez por entre el bosque umbr�o,
juega en las aguas del sereno r�o.
�Una mujer! Deslizase en el cielo,
all� en la noche desprendida estrella.
Si aroma el aire recogi� en el suelo,
es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
cruza la esfera, y que su planta huella,
y en la tarde la mar olas le ofrece
de plata y de zafir, donde se mece.
Mujer que amor en su ilusi�n figura,
mujer que nada dice a los sentidos,
ensue�o de suav�sima ternura
eco que regal� nuestros o�dos;
de amor la llama generosa y pura
los goces dulces del amor cumplidos
que engalana la rica fantas�a,
goces que avaro el coraz�n ans�a.
�Ay!, aqu�lla mujer, tan s�lo aqu�lla,
tanto delirio a realizar alcanza,
y esa mujer, tan c�ndida y tan bella,
es mentida ilusi�n de la esperanza;
es el alma que v�vida destella
su luz al mundo cuando en �l se lanza,
y el mundo con su magia y galanura,
es espejo no m�s de su hermosura.
Es el amor que al mismo amor adora,
el que cre� las s�lfides y ondinas,
la sacra ninfa que bordando mora
debajo de las aguas cristalinas;
es el amor, que, recordando, llora
las arboledas del Ed�n divinas;
amor de all� arrancado, all� nacido,
que busca en vano aqu� su bien perdido.
�Oh llama santa! �Celestial anhelo!
�Sentimiento pur�simo! �Memoria
acaso triste de un perdido cielo,
quiz� esperanza de futura gloria!
�Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
�Oh, qu� mujer! �Qu� imagen ilusoria
tan pura, tan feliz, tan placentera,
brind� el amor a mi ilusi�n primera...!
�Oh, Teresa! �Oh dolor! L�grimas m�as,
�ah!, �d�nde est�is, que no corr�is a mares?
�Por qu�, por qu� como en mejores d�as
no consol�is vosotras mis pesares?
�Oh!, los que no sab�is las agon�as
de un coraz�n que penas a millares,
�ay!, desgarraron y que ya no llora,
�piedad tened de mi tormento ahora!
�Oh, dichosos mil veces, si, dichosos
los que pod�is llorar! y, �ay, sin ventura
de m�, que entre suspiros angustiosos
ahogar me siento en infernal tortura!
�Retu�rcese entre nudos dolorosos
mi coraz�n, gimiendo de amargura!
Tambi�n tu coraz�n, hecho pavesa,
�ay! lleg� a no llorar, �pobre Teresa!
�Qui�n pensara jam�s, Teresa m�a,
que fuera eterno manantial de llanto
tanto inocente amor, tanta alegr�a,
tantas delicias y delirio tanto?
�Qui�n pensara jam�s llegase un d�a
en que perdido el celestial encanto
y ca�da la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?
A�n parece, Teresa, que te veo
a�rea como dorada mariposa,
ensue�o delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
ang�lica, pur�sima y dichosa,
y oigo tu voz dulc�sima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.
Y a�n miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas;
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves, �ay!, como despu�s lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono y de amor y de caricias.
Que as� las horas r�pidas pasaban,
y pasaba a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
t� embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas, �ay!, huyendo nos miraban,
llanto tal vez vertiendo de ternura;
que nuestro amor y juventud ve�an,
y temblaban las horas que vendr�an.
Y llegaron, en fin; �oh!, �qui�n, imp�o
�ay!, agost� la flor de tu pureza?
T� fuiste un tiempo cristalino r�o,
manantial de pur�sima limpieza;
despu�s torrente de color sombr�o,
rompiendo entre pe�ascos y maleza,
y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
entre f�tido fango detenidas.
�C�mo ca�ste despe�ado al suelo,
astro de la ma�ana luminoso?
�ngel de luz, �qui�n te arroj� del cielo
a este valle de l�grimas odioso?
A�n cercaba tu frente el blanco velo
del seraf�n, y en ondas fulguroso
rayos al mundo tu esplendor vert�a,
y otro cielo el amor te promet�a.
Mas, �ay!, que es la mujer �ngel ca�do
o mujer nada m�s y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como aut�mata en el mundo.
S�, que el demonio en el Ed�n perdido
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y, �ay!, aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego.
Brota en el cielo del amor la fuente,
que a fecundar el universo mana,
y en la tierra su l�mpida corriente
sus m�rgenes con flores engalana;
mas, �ay!, huid; el coraz�n ardiente,
que el agua clara por beber se afana,
l�grimas verter� de duelo eterno,
que su raudal lo envenen� el infierno.
Huid, si no quer�is que llegue un d�a
en que, enredado en retorcidos lazos
el coraz�n, con b�rbara porf�a
luch�is por arranc�roslo a pedazos;
en que al cielo en hist�rica agon�a
fren�ticos alc�is entrambos brazos,
para en vuestra impotencia maldecirle
y escupiros, tal vez, al escupirle.
Los a�os, �ay!, de la ilusi�n pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron
con sus blancos ensue�os se llevaron
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de af�n tanto y tan so�ada gloria
s�lo qued� una tumba, una memoria.
�Pobre Teresa! �Al recordarte siento
un pesar tan intenso...! Embarga imp�o
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio m�o;
para all� su carrera el pensamiento,
hiela mi coraz�n punzante fr�o,
ante mis ojos la funesta losa
donde, vil polvo, tu beldad reposa.
�Y t�, feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas, m�sera, a perderte
y era llorar tu �nico destino,
cuando en tu frente la implacable suerte
grababa de los r�probos el sino!
Feliz, la muerte te arranc� del suelo,
y, otra vez �ngel, te volviste al cielo.
Ro�da de recuerdos de amargura,
�rido el coraz�n, sin ilusiones,
la delicada flor de tu hermosura
ajaron del dolor los aquilones;
sola, y envilecida, y sin ventura,
tu coraz�n sacaron las pasiones;
tus hijos, �ay!, de ti se avergonzaran,
y hasta el nombre de madre te negaran.
Los ojos escaldados de tu llanto,
tu rostro cadav�rico y hundido;
�nico desahogo en tu quebranto,
el hist�rico �ay! de tu gemido;
�qui�n, qui�n pudiera en infortunio tanto
envolver tu desdicha en el olvido,
disipar tu dolor y recogerte
en su seno de paz? �S�lo la muerte!
�Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Esp�ritu indomable, alma violenta,
en ti, mezquina sociedad, lanzada
a romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
all� vaga, a merced de la tormenta,
en las olas tal vez n�ufraga tabla,
que s�lo ya de sus grandezas habla.
Un recuerdo de amor que nunca muere
y est� en mi coraz�n; un lastimero
tierno quejido que en el alma hiere,
eco suave de su amor primero;
�ay!, de tu luz, en tanto yo viviere,
quedar� un rayo en m�, blanco lucero,
que iluminaste con tu luz querida
la dorada ma�ana de mi vida.
Que yo, como una flor que en la ma�ana
abre su c�liz al naciente d�a,
� ay!, al amor abr� tu alma temprana
y exalt� tu inocente fantas�a,
yo inocente tambi�n, �oh!, cu�n ufana
al porvenir mi mente sonre�a,
y en alas de mi amor, �con cu�nto anhelo
pens� contigo remontarme al cielo!
Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
en tus brazos en l�nguido abandono,
de glorias y deleites rodeado
levantar para ti so�� yo un trono;
y all�, t� venturosa y yo a tu lado
vencer del mundo el implacable encono,
y en un tiempo, sin horas ni medida,
ver como un sue�o resbalar la vida.
�Pobre Teresa! Cuando ya tus ojos
�ridos ni una l�grima brotaban;
cuando ya su color tus labios rojos
en c�rdenos matices se cambiaban;
cuando de tu dolor tristes despojos
la vida y su ilusi�n te abandonaban,
y consum�a lenta calentura
tu coraz�n al par que tu amargura;
si en tu penosa y �ltima agon�a
volviste a lo pasado el pensamiento;
si comparaste a tu existencia un d�a
tu triste soledad y tu aislamiento;
si arroj� a tu dolor tu fantas�a
tus hijos, �ay!, �n tu postrer momento
a otra mujer tal vez acariciando,
madre tal vez a otra mujer llamando;
si el cuadro de tus breves glorias viste
pasar como fant�stica quimera,
y si la voz de tu conciencia o�ste
dentro de ti grit�ndote severa;
si, en fin, entonces t� llorar quisiste
y no brot� una l�grima siquiera
tu seco coraz�n, y a Dios llamaste,
y no te escuch� Dios y blasfemaste;
�oh!, �cruel!, �muy cruel!, �martirio horrendo!
�espantosa expiaci�n de tu pecado!
�Sobre un lecho de espinas maldiciendo,
morir, el coraz�n desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
presente a tu conciencia lo pasado,
buscando en vano, con los ojos fijos
y extendiendo tus brazos, a tus hijos.
�Oh!, �cruel!, �muy cruel!... �Ay! Yo, entretanto,
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis p�rpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto;
yo escondo con verg�enza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo coraz�n, pedazos hecho.
Gocemos, si; la cristalina esfera
gira ba�ada en luz: �bella es la vida!
�Qui�n a parar alcanza la carrera
del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
los campos pinta en la estaci�n florida;
tru�quese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cad�ver m�s, �qu� importa al mundo?
















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