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Canto a Teresa.

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El canto a Teresa de Espronceda: máxima expresión del dolor romántico.

por Aghata
martes, 29 de septiembre del 2009 a las 00:10
Espronceda
Nunca entiendo del todo porque en los libros de texto aparece la archiconocida “Canción del pirata”,  adalid de la libertad romántica, es cierto. Pero, ¿quién no se inclina sobrecogido ante el Canto a Teresa, una elegía perfecta, escrita de puño y letra por el amante por antonomasia?
 La muerte de su amante, Teresa Mancha es sentida por una voz desgarrada que siente como  el dolor se enquista en sus costados,   ante un mundo desorbitado y vacuo, que lo mira con una frialdad sobrecogedora.  El poeta intenta refrenar su dolor, utiliza para ello una estrofa clásica: la poderosa octava real.

                                                                        Bueno es el mundo. ¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno
                                                                         como de Dios al fin obra maestra,
                                                                         por todas partes de delicias lleno,
                                                                         de que dios ama al hombre, hermosa muestra!
                                                                         ¡Salga la voz, alegre, de mi seno,
                                                                         a celebrar esta vivienda nuestra!
                                                                         ¡Paz a los hombres!¡ Gloria en las alturas!
                                                                          ¡Cantad en vuestra jaula, criaturas!
                                                     ( María, por D. Miguel de los Santos Álvarez)

¿Por qué volvéis a la memoria mía
tristes recuerdos del placer perdido,
a aumentar la ansiedad y la agonía
de este desierto corazón herido?
¡Ay!, que de aquellas horas de alegría
le quede al corazón sólo un gemido,
¡y el llanto que al dolor los ojos niegan
lágrimas son de hiel que el alma anegan! (…)

¿Quién pensará jamás, Teresa mía,
que fuera eterno manantial de llanto,
tanto inocente amor, tanta alegría,
tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensará jamás llegase un día
en que perdido el celestial encanto
y caída la venda de los ojos,
cuanto diera placer causara enojos?

Aún parece, Teresa, que te veo
aérea como dorada mariposa,
ensueño delicioso del deseo,
sobre tallo gentil temprana rosa,
del amor venturoso devaneo,
angélica, purísima y dichosa,
y oigo tu voz dulcísima, y respiro
tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
a los cielos su azul, y las rosadas
tintas sobre la nieve, que envidiaron
las de mayo serenas alboradas,
y aquellas horas dulces que pasaron
tan breves ¡ay! como después lloradas,
horas de confianza y de delicias,
de abandono, y de amor, y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
y pasaban a la par nuestra ventura;
y nunca nuestras ansias las contaban,
tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura,
las horas ¡ay! huyendo nos miraban
llanto tal vez vertiendo de ternura,
que nuestro amor y juventud veían,
y temblaban las horas que vendrían.
 
Y llegaron en fin: ¡oh!, ¿quién impío,
¡ay!, agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo un  cristalino río,
manantial de purísima limpieza;
después torrente de color sombrío,
rompiendo entre peñascos y maleza,
y estanque, al fin, de aguas corrompidas,
entre fétido fango detenidas. (…)

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído
O mujer nada más y lodo inmundo,
hermoso ser para llorar nacido,
o vivir como autómata en el mundo;
sí, que el demonio en el Edén perdido
abrasara con fuego del profundo
la primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
la herencia ha sido de sus hijos luego (…)

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
un pesar tan intenso…! Embarga impío
mi quebrantada voz mi sentimiento,
y suspira tu nombre el labio mío;
para allí su carrera el pensamiento,
hiela mi corazón punzante frío,
ante mis ojos la funesta losa,
donde vil polvo tu beldad reposa.

Y tú feliz, que hallaste en la muerte
sombra a que descansar en tu camino,
cuando llegabas mísera a perderte,
y era llorar tu único destino;
cuando en tu frente la implacable suerte
¡grababa de los réprobos el sino…!
¡Feliz la muerte te arrancó del suelo,
y otra vez ángel te volviste al cielo. (…)

¡Oh! ¡Cruel! ¡Muy cruel!... ¡Ah! Yo entretanto
dentro del pecho mi dolor oculto,
enjugo de mis párpados el llanto
y doy al mundo el exigido culto,
yo escondo con vergüenza mi quebranto,
mi propia pena con mi risa insulto,
y me divierto en arrancar del pecho
mi mismo corazón pedazos hecho.


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